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Mostrando entradas de 2021

EL LIBRO

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La mujer empujó la puerta de la librería y escuchó al otro lado el saludo de una campanilla afónica. Entró quitándose el gorro de lana, se quedó mirando el interior, pero no vio a nadie. Al minuto un dependiente bajó por una escalera que estaba apoyada en una estantería, como un extraterrestre que desciende de su nave, solo que con crujidos de madera vieja. La mujer llevaba zapatillas de correr, vaqueros estrechos, una cazadora con borreguito algo sobada, y de debajo del gorro salió una mata de pelo rubio oscuro, con mechas casi rojizas, y medio centímetro de blanco pegado al cráneo en el arranque de la raya. Iba sin pintar, tenía esa edad que una vez asumida hay que seguir asumiendo cada mañana frente al espejo. -Buenos días. -Hola, buenos días. -¿Qué querías? -Pues un libro, uno bueno -contestó mirando al fondo de la tienda por encima del hombro del dependiente. -Muy bien, tenemos muchos libros buenos -replicó el hombre con una sonrisa que destilaba suficiencia-, ¿cómo te gustan? -Pu

ARTEFACTO

Pintas con un bolígrafo un sol en una cartulina negra, y tus manos esqueléticas se llenan de insectos estridentes. Un tipo con la cara pintada oliendo a cocacola zero y crema hidratante vomita un idioma viscoso delante de una cámara, mientras momias de la república de Shangri-La pintan en la tapia del cementerio mandamientos olvidados, y los ojos secos de un pensionista muerto miran desde el sofá la pantalla del televisor. Lloro solo al amanecer, cuando las gaviotas duermen en sus nidos hechos de basura. Lloro solo, y mis lágrimas explotan como bombas letales al caer sobre el asfalto caliente. Lloro solo, y un limonero sin limones se pudre en un patio de Sevilla. Lloro solo al anochecer, y una farola de la calle ilumina mi habitación con su aliento amarillo. Lloro solo, y moriré solo. Una luz enferma se escurre entre mis dedos. Una moto sube la cuesta de mi calle camino de ningún sitio. Hay un zapato de niño olvidado en un banco del parque. Mi amigo se encierra en el baño y piensa en l

DUPLICADO

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Son las cuatro de la tarde de un sábado del mes de octubre. Hace sol. Últimamente al verano le cuesta apartarse para que entre el otoño. Es la hora de bajar al perro a la calle. Me levanto del sofá y voy a la habitación. Me siento en la cama a ponerme las zapatillas y aparece Marcelo por la puerta jadeando y moviendo la cola con excitación. Cuando oye el tintineo de las llaves de la casa en mi mano se transforma en un alboroto peludo de brincos, ladridos y lametazos. Abro la puerta con su correa en la mano, bajo al portal y salgo a la calle. El perro va un poco por delante, con esa impaciencia exploradora de los perros. Se para en el césped y echa una meada corta. Seguimos andando. No pienso nada en concreto. Mi cabeza está ocupada únicamente en tratar de adivinar donde hará caca el animal. De repente me paro y una pregunta me asalta: ¿he bajado de casa por la escalera o por el ascensor? No lo sé. Hago por acordarme mientras me rasco la cabeza. Es una pregunta estúpida. Qué más da como

CONSULTORIO SENTIMENTAL

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  Estimada Profesora Celeste Pasión, me llamo Mari Pili, vivo en Mislata, provincia de Valencia, y tengo veintidós años. Sigo su consultorio desde que era pequeña, sin perderme uno solo de sus programas, y encuentro super interesantes y sabios los consejos que da todas las semanas. Desgraciadamente hoy soy yo quien se ve en la necesidad de su valiosísima opinión. Verá, Profesora Celeste, estoy enamorada de Rodolfo Pellicer, el actor. No como esas fans quinceañeras que chillan y se desgañitan en las puertas de los cines por conseguir un autógrafo suyo en los estrenos de sus fantásticas películas. Yo estoy enamorada de verdad. Así de simple y rotundo. Sueño con él noche y día, y mi único afán en la vida es llegar a conocerle y que se vuelva loco por mí. Hace un año más o menos que fui consciente de ello, y lo primero que hice fue romper con el novio que tenía desde los dieciséis. Le dije que había otro que ocupaba mi corazón (y ojalá que mi entrepierna, esto último no se lo dije, pero lo

UNA GABARDINA REVERSIBLE

Óscar bajó del tren, como cada mañana, para transitar las cuatro calles que le separaban de la oficina donde llevaba las cuentas de una pequeña empresa de instalaciones eléctricas. Hacía poco que había cumplido los cincuenta, y el traje gris que llevaba puesto estaba gastado y pasado de moda. Gualberto salía por la puerta de la cafetería de la estación, cuando se dio cuenta de que había olvidado algo. Era alto, siempre con sus impolutas gafas sin montura. Se giró y miró al hueco en la barra donde había tomado café, aún no habían retirado la taza, pero el maletín no estaba en el suelo donde pensaba que lo había dejado. Sus ojos se movieron de un lado a otro, y al dirigirse a la puerta, lo vio transportado por alguien que salía de la cafetería. Se movió con rapidez. En la calle escudriñó a ambos lados, hasta que, entre el trasiego de gente, al fondo, lo vio en la mano de una mujer. Era delgada, morena, vestía una gabardina de color claro hasta las rodillas, y llevaba el pelo suelto. Cami

LA CAJITA DE MÚSICA

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Celestino Ruiz Barcones pensaba, siendo niño, que había nacido en Zamora. Pero fue en un viaje con su madre para enterrar a una prima lejana, con doce años, cuando supo la verdad sobre las circunstancias que concurrieron alrededor de su llegada a este mundo. Jesús Barcones, abuelo de Celestino, era tratante de ganado a principios del siglo pasado. Compraba y vendía vacas, caballos y mulos por todos los rincones de Castilla. Era un negociador hábil, y tenía un ojo casi infalible para los animales; sabía distinguir como nadie los más fuertes y más sanos en las ferias que se celebraban en los pueblos y ciudades de la región. Ser tratante en aquellos tiempos era un oficio exigente que requería pasar largas temporadas fuera de casa. La mayoría de las veces se desplazaban a pie de un pueblo a otro, y solo excepcionalmente era posible llevar los animales en tren. Jesús estaba casado con Aurora, y, a pesar de sus frecuentes y largas ausencias, su matrimonio era uno de los más modélicos de Zamo

ATRACCIÓN

Aquel día volví pronto del trabajo. Recuerdo que iba con el jefe a una reunión con un cliente, y cuando estábamos aparcando en el sitio, recibimos una llamada cancelando el encuentro; ya era tarde para volver a la oficina, y el jefe me dejó al lado del metro. No era el mejor día para llegar antes a casa. Había dejado a Virtu -Virtudes, mi mujer- cabreada por la mañana por algún motivo que no recuerdo, y sabía que regresar iba a ser como entrar en un iglú con el aire acondicionado puesto. Me bajé en mi parada y caminé despacio, disfrutando del sol de la tarde de primeros de octubre. Pensé en entrar en un bar y tomarme un par de cañas antes de subir, pero la inercia de los zapatos me llevó a mi calle sin darme cuenta. Al doblar la esquina la vi. Andaba por los treinta y muchos o quizás los cuarenta. Tenía esa edad en la que las mujeres solo piden perdón después del tercer balazo y si la sangre llega a la alcantarilla. Estaba parada en la acera mirando algo en el móvil, y suje

LADRIDOS EN EL PARQUE

Un hombre y un perro pasean por el parque, cada uno amarrado al extremo de una correa de cuero. Simultáneamente, y en dirección contraria, también pasean una mujer y otro can. Los cuatro caminan relajadamente por la misma avenida bajo las frescas sombras de los árboles. Se acercan. Se ven, y se reconocen. Los perros se aproximan y empiezan a saludarse con ladridos amistosos. El hombre y la mujer también se acercan el uno al otro. Se olisquean y sonríen nerviosos. Ella recoge un mechón de pelo tras la oreja. La envuelve un halo perfumado que no resulta indiferente al hombre. Este muestra unos fuertes brazos. Ella percibe su olor penetrante a maderas tropicales y sudor, que la desarma. Los perros gruñen juguetones, moviendo las colitas. Los humanos, a una correa de distancia de los canes, cada vez están más cerca el uno al otro. La curiosidad inicial en pocos segundos se convierte en una atracción brutal e insoportable. Tras unos momentos de duda, percibiéndose a través de los sentidos a