DETECTIVE PADILLA

 Eran alrededor de las diez. Estaba en el despacho removiendo el café que cada mañana me trae Peggy, mi secretaria, cuando una figura corta y maciza golpeó con insistencia el cristal esmerilado de la puerta.
-Adelante -dije sacando un cigarro de la pitillera.
El hombre que abrió no era la persona que yo más me alegrara de ver en esta ciudad.
-Buenos días, ¿detective Padilla?
-Soy yo, ¿en qué puedo ayudarlo?
-Me llamo Jim Mendoza. Mi mujer me engaña y quiero que encuentre al cabrón y me traiga sus pelotas en un bote de pepinillos -me espetó desde el otro lado de la mesa.
Le miré a los ojos mientras encendía un cigarro.
-¿Puede darme algunos detalles?, nombre de ella, foto reciente, hábitos, nombre de su personal trainer… si sospecha usted de alguien -le dije con calma mientras ordenaba mis ideas- necesitaré un adelanto para gastos… En cuanto a lo de cortar y meter las pelotas de su amante en un bote de pepinillos… en principio es un servicio fuera de catálogo, ya me entiende.
Arrojó un sobre encima de la mesa.
-¿Habrá bastante con esto?
Por la solapa del sobre abierto asomaba un grueso fajo de billetes de cien.
-Creo que será suficiente… por ahora.
-Aquí tiene mi tarjeta, llámeme si necesita más. Mañana recibirá todos esos… detalles. Tengo una reunión en veinte minutos. Adiós.
El hombre salió del despacho con un portazo que hizo temblar el cristal esmerilado de la puerta en la que la semana anterior había hecho grabar: R. Padilla, Detective Privado.
Pensé en el bote de pepinillos. La idea me turbó, aunque no dejaba de tener su gracia. Pensé en los distintos tamaños en que se comercializaban los botes de pepinillos. Miré el reloj, aún faltaban unas horas para mi cita con Linda Mendoza.
Solía ver a Linda una o dos veces por semana en un discreto hotel del centro, de cuatro a seis de la tarde, a esa hora en la que ningún hombre se pregunta dónde está su parienta. Después yo volvía al despacho y ella se marchaba a tomar clases particulares de tenis.
Aquella tarde me sentía algo apático, y, luego de hacerla aullar por segunda vez, encendí un cigarro.
-¿Qué sucede, honey, ya no quieres jugar con tus amiguitas? -preguntó cogiéndose con las dos manos sus mareantes pechos.
-Tu marido ha estado hoy en mi oficina -dije mirando a la lámpara.
-¿Mi marido? -preguntó sobresaltada.
-Sabe que tienes un lio, y quiere que le lleve las pelotas de tu amante en un bote de pepinillos.
-Darling, conozco a Jim, no parará hasta que tus lovely pelotas acaben en un bote de pepinillos.
La miré pensativo. Mi destartalado apartamento no era sitio para Linda Mendoza. Dos semanas después escribí esta nota a Jim Mendoza:
Estimado Sr Mendoza,
como le dije no entra en mis servicios cortar y meter en botes de pepinillos las pelotas de supuestos amantes de su esposa, aunque puede probar usted mismo con las de su joven profesor de tenis, en tres años la Sra Mendoza apenas ha aprendido a agarrar el mango de la raqueta… usted ya me entiende.
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