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Mostrando entradas de diciembre, 2023

UN POBRE A LA MESA

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Sentar un pobre a la mesa en Navidad es una idea que cada año, en estas fechas, reaparece en mi cabeza igual que llegan a casa puntuales el turrón, los polvorones y el belén. Es una de esas ocurrencias, iniciativas o como quieras llamarle que oímos por ahí, que vemos en las películas, y que, aunque no conozcamos a nadie que lo practique, me lleva a preguntarme si yo lo haría, si estaría dispuesto a bajar a la calle y decirle a un pobre que se viniera a cenar a casa con mi familia. De entrada me entran dudas, no sé cómo lo verán los demás, si pensarán que soy un esnob. Pero la vida pasa, pasan los años y las circunstancias mudan. Cierto es que con la edad uno ya no está tan pendiente de qué pensarán los demás y trata de hacer las cosas por sí mismo, dejar de lado el qué dirán, olvidarse de las modas, hasta que puede que se lo plantee seriamente. Un día te ves en la tesitura. Hoy va a ser ese día. Estoy nervioso, me corroe una emoción rara. Pensé que esto sería de otra manera. Ojalá que

UNA HISTORIA VALLECANA

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  De pequeño vivía en Vallecas, un barrio de Madrid. Allí tenía un amigo, Juanín, en realidad Juan José, pero todos le conocíamos como Juanín. Era un crio pequeñajo, con gafas de montura metálica y cristales con rayajos, vivaracho, medio rubio, que siempre estaba sonriendo. Juanín vivía dos o tres portales más abajo que yo, en el último bloque de pisos antes de que empezara una cuesta abajo, larga y pronunciada, que señalaba el fin de los bloques de pisos, acaso de la civilización. Más allá de la cuesta había una extensa área de casas bajas y encaladas, separadas por calles de tierra con fuentes donde la gente llenaba garrafas de agua para beber y asearse, solares donde las mujeres tendían la ropa y por donde vagabundeaban perros sin dueño. Por mitad de las casas bajas cruzaba la vía del tren que por un lado iba a la estación de Atocha y por el otro se perdía hacia el sur. Muchas tardes iba a buscar a Juanín a su casa o él venía a buscarme a mí. Su madre era una señora bajita y compact

EL EUROCHOLLO

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  Desde hace un par de años, una vez al mes voy a una reunión a la sede central de mi empresa. Al salir del metro me paro y compro un cupón de la ONCE para el viernes al ciego que siempre está en la boca del metro con cara de ajo, sea invierno o verano. La verdad es que solo me han tocado un par de terminaciones, y una no pude cobrarla porque se me pasó el plazo. Pero bueno, se lo veía hacer a mi madre toda la vida y yo sigo con la costumbre. Ayer, después de darme el cupón, el ciego me preguntó si quería jugar también al EuroChollo. “¿Al qué?”, le contesté como si me hubiera hablado en uzbeko. Al EuroChollo, repitió mirándome muy serio. Nunca me había fijado en cómo miran los ciegos, pero este lo hizo con los ojos muy abiertos, como si se le fueran a salir de las órbitas (huelga decir que mirar no es sinónimo de ver, porque lo que es ver, este no ve un pimiento), y la cosa me llamó la atención, poderosamente. Por seguirle el rollo, le pregunté que cuánto tocaba en ese sorteo. Veinte m