EL EUROCHOLLO

 


Desde hace un par de años, una vez al mes voy a una reunión a la sede central de mi empresa. Al salir del metro me paro y compro un cupón de la ONCE para el viernes al ciego que siempre está en la boca del metro con cara de ajo, sea invierno o verano. La verdad es que solo me han tocado un par de terminaciones, y una no pude cobrarla porque se me pasó el plazo. Pero bueno, se lo veía hacer a mi madre toda la vida y yo sigo con la costumbre. Ayer, después de darme el cupón, el ciego me preguntó si quería jugar también al EuroChollo. “¿Al qué?”, le contesté como si me hubiera hablado en uzbeko. Al EuroChollo, repitió mirándome muy serio. Nunca me había fijado en cómo miran los ciegos, pero este lo hizo con los ojos muy abiertos, como si se le fueran a salir de las órbitas (huelga decir que mirar no es sinónimo de ver, porque lo que es ver, este no ve un pimiento), y la cosa me llamó la atención, poderosamente. Por seguirle el rollo, le pregunté que cuánto tocaba en ese sorteo. Veinte millones de euros, contestó con inapelable contundencia. Joder, veinte kilos, pensé, eso es pasta. Vale, le dije, pero dame uno que toque. La vieja y estúpida broma, que estará hasta los huevos de oír, pero que no puedo evitar soltar, es más fuerte que yo. Pulsó un par de botones en una maquinita negra y esta escupió el cupón por el otro lado, un papel enrollado como un tique de gasolinera. Lo puso en el diminuto saliente de la ventanita del puesto, con su manaza encima que no me dejaba ver el número, y dijo “Señor, este es el que va a tocar” El tono metálico y grave de su voz de nuevo me dejó helado. Le miré a los ojos, que parecían clavados en algún lugar por encima de mi cabeza, como si le hablara a las nubes. La cosa es que su voz sonó sobrenatural, como si hubiera sido el mismísimo Dios con todos sus super poderes quien hubiera puesto esas palabras en su boca. No era la voz con la que me había dado los buenos días hacía menos de un minuto. Me entró un acojono, al tiempo que sentí que algo dentro de mí hacía click, que lo que el ciego acababa de decir era una verdad que no se podía cuestionar, tan cierta como que el sol brillaba allí arriba encima de nosotros. Sentí que mi vida había pasado de pantalla, que estaba en otra dimensión, que había traspasado una puerta que se había cerrado detrás de mí con un golpe de esos que suenan como una advertencia, o como un signo de interrogación si eres de Sabina. Dejé deprisa las monedas en la ventanita de la garita y me marché a la sede central con las ideas confusas, asustado, flipado, sintiéndome afortunado, único y especial con el cupón como un tique de gasolinera enrollado como fiador del increíble giro que iba a dar mi vida.

En las reuniones estas de todos los meses, el Director Ejecutivo, Don Feliciano de Oliveira, presenta los resultados comerciales de la empresa y, para dar dinamismo, como en los telediarios que se van pasando la palabra de unos a otros cuando te cuentan una noticia, primero la exponen y luego otro comenta y así la gente no se amuerma viendo el mismo careto todo el rato, en un par de momentos de su discurso me cede el micro y yo concreto, aterrizo según él, con cifras y números las infladas declaraciones sobre los resultados que hace con su voz de barítono con carraspera, como un Florentino Pérez de barrio. Pero ayer, aturullado como estaba con lo que me había pasado con el ciego, y sintiendo el papelito palpitar en el bolsillo, me confundí con los números, lo que me hizo acreedor de un par de miradas asesinas de Don Feliciano, seguidas por las consabidas bromas condescendientes y paternalistas que los putos jefes saben hacer para que te acabes sintiendo igualmente, delante de toda la junta, peor que una mierda de perro seca en el parque. Pero me dio igual. La idea de los veinte millones ocupaba mi pensamiento e impedía que me distrajera con nada, ni siquiera con las miradas asesinas de Don Feliciano. Sabía que esa plata iba a ser mía, que dios me había hablado a través del invidente con cara de ajo y que me iban a tocar los veinte millones en ese sorteo de nombre raro.

A partir de aquí tengo que organizarme, las cosas no se pueden hacer al tuntún. Vamos a pensar, ¿qué voy a hacer con la pasta? Pagar la hipoteca. Eso se cae por su propio peso, como un moco helado de la punta de la nariz en invierno. La casa me costó ciento cincuenta mil, allí donde Cristo perdió el mechero; después de diecisiete años pagando la puta hipoteca, que me deja el sueldo del mes tiritando, me quedan por pagar cien mil. A tomar por culo, me compro otra. Una casa buena, como las de las revistas. De dos o tres plantas y jardín y garaje. Una casa así en el centro debe costar un kilo por lo menos, ¿no? Y qué. Sin contemplaciones, a fuego, como dice Manzanares, el gilipollas de las fotocopias, fuera miserias. ¿Cambiar de coche? Otra obviedad. Si apenas lo muevo, ¿a dónde voy yo con veinte euros en el bolsillo? Qué coño, le echaré la pata encima a un Mercedes de… no sé, ¿unos cien mil? Daré el mío de entrada. Y una mierda, para que se descojonen los del concesionario de la Mercedes cuando aparque allí el pobre cascajo. Mejor se lo regalo al portero, el sudaca que no para de hacerme la rosca cada vez que entro al portal, Milton, Edwin o como se llame. El hombre es el único que me trata de usted, me pregunta cada día como estoy y se tira a degüello a los de la propaganda en los buzones. Sí, se lo regalaré a él, si lo quiere. Solo jodería que fuera tan desagradecido. Más cosas. ¿Le doy algo a la familia? En realidad, mi familia somos solamente mi madre, mi hermana y yo. Mamá está en una residencia, cada vez que la veo da más pena, joder, hará unos seis meses que no voy, pero es que allí huele muy remal. La cambiaré a otra de pago, de esas que salen en la tele que se ven tan limpias y los abuelos tan sonrosados, de tres mil al mes por lo menos. ¿Cuánto le quedará?, diez años como mucho, ¿tanto?, se puede pagar, con un poco de suerte el Señor se la lleva antes. Que es ley de vida. Aparto trescientos mil y listo. A mi hermana le tendría que dar algo también, ¿cien?, parece poco, pero para que se los gaste el perro de mi cuñado, que no da palo al agua, con eso van que se matan, que coño, cincuenta, la mitad. El tipo no hace más que quejarse de lo mal que está el trabajo y de dar la matraca con los bitcoins, y mientras, se pasa el día entre el sofá y el bar de abajo. Que le den, y a ella también, por haberse casado con semejante almorrana. A los primos de Cuenca, que son unos cuantos, a esos apenas los veo. Cuando éramos pequeños nos pasábamos los veranos en su casa y lo pasábamos pirata, todo el día con las bicis para arriba y para abajo, y sacando lonchas del jamón que tenía colgado la abuela detrás de la puerta de la alacena, tapado con un trapo de cuadros. A los dieciséis los dos mayores, Elías y Herminio, se salieron del colegio y se fueron a trabajar al campo y de un año para otro se pusieron como dos lechones, cuando no estaban trabajando estaban en el bar del Avelino, tomando quintos de cerveza o cubatas, según la hora, sin afeitar, con las gorras de John Deer, esas camisas de cuadros y los pantalones vaqueros que era un misterio como se les aguantaban a esas cinturas que parecían dos planetas, los cabrones, y ya casi ni nos miraban a los primos de la capital. Los gemelos salieron distintos. Javierito se fue a trabajar a Valencia, dicen que le vieron haciendo chapas por la noche en bares de maricas con un lunar en la mejilla y raya en los ojos. Rosana entró en un convento, hasta que apareció un cura nuevo, se enamoriscaron y dejaron las sotanas, los hábitos, los rezos, la castidad y su puta madre, y abrieron una ferretería en el pueblo de al lado a la que llamaron “Los clavos de Cristo”, no se complicaron mucho con el nombre. Por las noches tocaban por los bares en un grupo tributo a Mecano. Hay que joderse. Hace diez años vinieron a mi boda, y desde entonces los habré visto un par de veces, en algún entierro y cosas así. Luego, cuando el divorcio, ni llamaron preguntando qué tal. Pues nada, si me acuerdo iré a verlos en verano con el Mercedes. Les invitaré a comer unos corderos, pillarán un globo del quince, y fiesta. ¿Es que soy una ONG?

Y luego está lo de Teresita, la de recepción de la oficina central, con esa tengo que hacer algo. Yo le digo Teresita por el cartelito que lleva en la teta izquierda en la chaqueta del uniforme de recepcionista, que pone Teresa Mínguez, pero no sé si le llaman así o qué. La verdad es que, desde que Almu se fue a casa de su madre, mi vida sexual, que tampoco es que fuera una fiesta todo el día tirando fuegos artificiales dándole al tema, pero desde entonces mi cama da más grima que un cementerio una noche de tormenta. Mira que Teresita está buena, reventona, toda apretadita, aunque no sepa ni que existo. Cada vez que vengo a la oficina central le tengo que dar mis datos como si fuera la primera vez que me ve, mira que le hago los mismos chistes tontos mientras me la como con los ojos, todos los putos meses, pero nada, no se si es que no se acuerda de mí o que pasa de mi cara. Hay que joderse, con lo bien que huele. Le empezaré a mandar ramos de flores y alguna chuche de esas que brillan que te cagas que le compre en una joyería, esta cae. No sé si tiene novio o marido o si es testiga de Jehová o del Betis o del Rayo. Me da igual. Esta se acaba enamorando de mí y de mis veinte kilates, como está mandado. Menudo soy yo. Vendré a buscarla un día con el Mercedes y ya verás si se aprende mi nombre.

Pues ya está todo organizado. Ah, ¿y de currar?, mmm, con lo que quede en el banco… mínimo diez kilos, ¿voy a trabajar? Con esa pasta, gastándome cien mil al año, tengo ¡para cien años!, ¿y los intereses? ¿pero estoy gilipollas? ¿qué es lo que tengo que pensar?, y encima me queda para otra casa en la playa. ¿Tendré bastante con cien mil al año?, joer, ahora gano apenas treinta mil, pago hipoteca y vivo, más o menos. Cien mil es casi el triple. Claro que, habrá que pagar impuestos, ¿cuántos impuestos se pagan cuando te tocan los ciegos?

Busco en internet. Hostias, un veinte por ciento, cuatro millones de euros ¡CUATRO DE MIS VEINTE MILLONES DE EUROS PARA HACIENDA!, pero ¿estamos locos? Me está dando una taquicardia solo de pensarlo. A ver. Respira. Yo creo que haciéndome a la idea de que me tocan dieciséis en vez de veinte ya está, sin amargura, dieciséis kilates está muy bien, ¿no? Qué coño, es que a mí no me van a tocar dieciséis, me van a tocar veinte kilos, y Hacienda se va a quedar con cuatro, sin anestesia. Joder joder joder. Un paraíso fiscal. Eso es. Andorra, las Islas Vírgenes, Suiza, donde sea, tengo que llevar la pasta a uno de esos sitios, que no pagan impuestos. Sigo leyendo. No. Que no es así. Que si te toca no es que pilles la pasta y luego, si te parece bien, precioso mío, vas y pagas, que los ciegos te descuentan por derecho lo de Hacienda y te dan el resto. Mancha cabrones. Toda la vida oyendo lo de la obra social, pobrecitos ciegos y todo ese rollo, y mira quien es la obra social: el puto gobierno, los fachas y los sociatas. Me emputezco. Venga. A pasar página, machote. No se puede hacer nada, las cosas son así, para ti y para todo quisqui. Consuélate. Los cojones.

Piensa que te queda… ¿cuándo es el sorteo?, el viernes que viene, una semana te queda de currar y ya está. Tranquilidad. No puede fallar. ¡Cómo me miraba el ciego!, parecía que era el mismo Dios santísimo el que hablaba por su boca, una cosa sobrenatural. Cada vez que lo pienso me corre un escalofrío desde la nuca hasta la rabadilla. Cuando abrió la boca, era como si se hubiera hecho de noche, como en la peli de Encuentros en la Tercera Fase, cuando suena la musiquilla esa, el pi pa pi po pooo con las luces de colores. Porque, la verdad, yo nunca he sido de religión ni rollos de esos. Hace mucho, cuando me dio por el sindicalismo, decía que era ateo. Nunca entendí bien que era, yo decía que no creía en Dios y ya está, lo habría oído en algún sitio y siempre queda bien decir eso cuando vas de rojeras, y poner a parir a los curas y lo del amor libre y a la mierda la propiedad privada y todo eso, pero si lo piensas bien, algo debe de haber allí arriba, ¿no?, no me jodas que el hombre viene del mono, por favor, del mono a lo mejor vienes tú con ese careto, y toda esa flipada del bingbang y su puta madre. Que no. Muchos canutos es lo que se fuman algunos. Me ha impresionado el puto ciego, sonaba como de otro mundo, no se me ocurre otra cosa que no sea algo divino, ¿qué otra cosa puede ser? Vale, lo que sea, me da igual.

Al turrón. Vamos a ver: los ricos, los de la pasta, después de la misa, se juntan tomando el vermú, y entre gamba de Denia y almeja de Carril van haciendo sus trapis y sus chanchullos. Fijo que saben la manera de escaquear impuestos, donde hay que poner la pasta, que si a nombre de la abuela, las sociedades interpuestas, en fin, todo eso hay que currárselo bien para ver como eludir pagar esa millonada. ¿Eludir?, joder, ya me salen palabros de rico de carrerilla. Esos seguro que saben hacerlo bien. Los que no hemos tenido un puto duro en la vida no tenemos ni idea, pero ellos son profesionales, a ver si no, de qué tanta pasta. Este domingo voy a misa, a ver quien hay por allí. Pero no a la misa del barrio, allí solo van las cuatro viejas de mi calle, a esas las tengo muy vistas. Me voy al centro, me pongo el traje de la boda, el único que tengo, digo yo que aún me entrará, y me voy a una iglesia buena del centro, de esas con coches aparcados en doble fila en la puerta y corrillos de chóferes fumando y rajando, de qué hablarán esos cabrones, a dejarme ver, que les vaya sonando mi cara, y luego me pido un vermú en un bar de por ahí, que seguro que en la barra, con un vaso delante con una olivica flotando, no será difícil pegar la hebra y a ver si me entero de como sisarle a la hacienda de los cojones, aunque sea un par de millones, con eso me conformo.

Joder, ¿te das cuenta?, ha sido una revelación divina. Primero oír la voz del mismísimo Dios por boca del ciego, y ahora estar pensando en ir a misa. No puede ser casualidad. Que me ha dado un rollo religioso de la leche. Mi vida está cambiando. Lo noto. Primero escucho la voz de Dios, como que está el sol ahí arriba alumbrándome, y luego de mi propio entendimiento me brota la cosa de ir a misa, que no me había pasado desde que me dieron la comunión cuando era un crío. Que fuerte.

Juanfran, soy Candela. Cuando estabas tomando café ha llamado Tere, la choni de las tetas gordas que está de recepcionista en la oficina central. Dice que ayer, cuando salías de allí de la reunión mensual, se te cayó del bolsillo un tique de gasolinera, que te lo ha guardado en el cajón, que se lo pidas el mes que viene si te hace falta.

Comentarios

  1. No me es suficiente decirte aquí, lo que me ha gustado este relato. Me he meado de la risa literalmente, leyendo tus letras. Así que voy pa'fuera a seguir contando. Un abrazo eres un genio Juano. <3

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    1. Muchas gracias, María. Yo sí que me hago pis de la emoción leyendo este comentario :DDD

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  2. Coño qué bueno Juan Antonio🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣

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