LA ENTREVISTA

Nieves Villacañas se ha levantado temprano hoy. Ha estado inquieta toda la noche y se ha despertado varias veces, una de ellas ha ido a la entradita a comprobar si la puerta de casa estaba bien cerrada.
Ayer se tiñó el pelo en el lavabo del baño.
Hace una semana se probó el último traje chaqueta que se compró en una boutique de la calle Serrano, cuando era Jefa de Ventas de la compañía XXX. Apenas se lo puso dos o tres veces antes del despido, o antes de que le dieran la oportunidad de buscar nuevos retos, como eufemísticamente le dijo el que hasta ese día fue su Director. Comprobó, con fastidio, que la chaqueta y el pantalón a duras penas le abrochaban. Después de siete días de dieta estricta, a base de ensalada y pechuga de pollo, ha conseguido que el traje le entre. Ayer lo recogió del tinte.
Unos días después rescató del fondo del armario el ordenador portátil que llevaba meses sin encender. En su día era un último modelo. Comprobó que funcionaba. Lo limpió y lo metió en su maletín.
El sábado sacó todas las camisas del armario y escogió la que mejor le iba con el traje: una blanca con cuello francés que le encantaba. La ha lavado y ayer la planchó. Después buscó unos zapatos en el arcón donde todavía guarda veintisiete pares, perfectamente almacenados en sus cajas. Se probó unos cuantos, de más tacón a menos tacón, hasta dar con unos con los que pensaba que podía andar doscientos metros sin aullar de dolor, aunque no fueran los que hubiera elegido para ir a ver a un cliente tiempo atrás.
Tras levantarse solo ha tomado un té, tenía el estómago cerrado y no ha podido comer nada más. Se ha vestido. Se ha mirado en el espejo, dudando sobre cuantos botones de la camisa debía dejar sin abrochar.
Se ha maquillado, intentando tapar alguna manchita de la piel que ha aparecido en el último año y resaltando la profundidad en la mirada, como solía hacer en los semáforos en el precioso Audi A6 azul de empresa que conducía, que tanto le gustaba.
Se ha perfumado con medio dedo de un frasquito de más de cien euros que ha encontrado al fondo del armarito del baño, con la sensación de que ya no olía igual que antes.
Ha cogido su gabardina, un poco gastada, pero todavía aparente, el maletín con el ordenador, un cuaderno casi nuevo, y dos o tres bolígrafos. Al abrir el maletín ha encontrado un taco de tarjetas de visita con el logotipo de la empresa XXX. Las ha sacado, ha devuelto cuatro o cinco al maletín, quizás como recuerdo, y ha tirado resto a la basura con un rictus de resignación.
El puesto para el que la han llamado a la entrevista está en una categoría inferior a su último trabajo en XXX. Con el tiempo ha ido enviando curriculums para ofertas de cada vez menos nivel, hasta que, por fin, ha recibido una llamada, y acude con ganas e ilusión, convencida de que con su experiencia, trabajo y tesón, aún puede relanzar su carrera profesional.
Después de una hora en el metro por fin está delante de una puerta oscura, de aspecto pesado, en un edificio de oficinas en una zona periférica de Madrid. Se atusa el pelo por última vez, da unas rápidas pasadas con la mano por las solapas de la chaqueta, y pulsa el botón del timbre. A los pocos segundos abre la puerta un guardia de seguridad mal afeitado, que se le queda mirando sin decir nada. Se oye barullo de gente en el interior. Nieves, con una sonrisa, dice:
- Hola, buenos días, soy Nieves Villacañas, venía a una entrevista de trabajo.
El guardia la mira de arriba abajo, da un paso atrás invitándola a entrar y, señalando una fila donde hay dos docenas de hombres y mujeres, le dice:
- ¿Traes el curriculum? Esa es la cola de las entrevistas para conserje.

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