LADRIDOS EN EL PARQUE



Un hombre y un perro pasean por el parque, cada uno amarrado al extremo de una correa de cuero. Simultáneamente, y en dirección contraria, también pasean una mujer y otro can. Los cuatro caminan relajadamente por la misma avenida bajo las frescas sombras de los árboles. Se acercan. Se ven, y se reconocen. Los perros se aproximan y empiezan a saludarse con ladridos amistosos. El hombre y la mujer también se acercan el uno al otro. Se olisquean y sonríen nerviosos. Ella recoge un mechón de pelo tras la oreja. La envuelve un halo perfumado que no resulta indiferente al hombre. Este muestra unos fuertes brazos. Ella percibe su olor penetrante a maderas tropicales y sudor, que la desarma. Los perros gruñen juguetones, moviendo las colitas. Los humanos, a una correa de distancia de los canes, cada vez están más cerca el uno al otro. La curiosidad inicial en pocos segundos se convierte en una atracción brutal e insoportable. Tras unos momentos de duda, percibiéndose a través de los sentidos a pocos centímetros de distancia, se desata la tormenta. Unen sus bocas en un beso encendido e incendiario y empiezan a arrancarse la ropa. Los perros, ajenos a lo que hacen los humanos, siguen con sus ladridos, saltitos y cortas persecuciones, mostrándose afecto, empatizando y construyendo según los códigos de los tiempos de las cavernas. Él y ella, ella y él, cada vez más entregados, medio desnudos ya, abrazándose, tocádose, devorándose en una espiral enloquecida sobre el césped, llevados por un impulso sensual y salvaje. Uno de los perros se gira, ve lo que está a punto de suceder y empieza a ladrar sobresaltado mientras tira del hombre con la correa. El otro perro también tira de la mujer dando feroces ladridos hasta que entre ambos, con enorme esfuerzo y batallando contra la titánica oposición de los humanos, consiguen separarlos, impidiendo la consumación. Cada perro ladra enfurecido a su humano mientras corren a su alrededor mostrándo los dientes, arrugando el hocico y erizando el pelo del lomo. Estos, con la cabeza baja y expresión asustada y humillada, ahora a unos metros de distancia, recomponen sus vestiduras mientras sus ojos se buscan furtivamente. Los perros siguen ladrando, afeando el arrebato irresponsable del hombre y de la mujer que podía haber tenido consecuencias en forma de camada no deseada de humanos. Finalmente se alejan, en direcciones distintas. Los perros se vuelven, se miran y se despiden con breves cortos.


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