EL VECINO INVISIBLE

Tengo un vecino invisible. Le oigo entrar en la ducha cuando me levanto por las mañanas. Le presiento poniendo una rebanada de pan en la tostadora y cogiendo después la cafetera que está en un rincón, como un monaguillo de hojalata. Me imagino el cartón de leche abierto en la nevera, entre una cocacola y una botella de vino barato. Un limón viejo habla entre susurros a unos plátanos perplejos y a un tomate cansado en el frutero. Debe haber un cuadro torcido en el pasillo, y una foto de boda con una novia triste y el cristal roto en el mueble del comedor. Unas plantas agonizan en su terraza esperando las nubes. Aún cuelga un vestido de flores tuyo en el armario. Una solitaria pinza de tender hace funambulismo en la cuerda verde del tendedero. Libros que nadie ha leído aparcados en la estantería, detrás de fotos borrosas. La sombra de una mano en la pared buscando el interruptor a las dos de la mañana. El recuerdo de los tacones que me saludaban al levantarme hace tiempo. Las risas que se fueron apagando una tarde de septiembre. El pilotito del video iluminando con su luz de penumbra los fantasmas del salón. El rastro del humo de un cigarro a media tarde en la escalera. El teléfono que dejó de sonar. La acogedora concavidad en esta parte del sofá. Hoy lo he visto. He oído que abría la puerta y no he podido evitar asomarme al rellano fingiendo que salía de casa. Al buscarlo con la vista se ha escabullido. He perseguido su sombra alargada por el pasillo. He llegado al espejo del portal y se ha girado de repente. Y he visto el reflejo atónito de mi padre mirándome con sus ojos grises y vencidos.

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