IMPRESIONES

He ido a una papelería a imprimir un cuento que estoy escribiendo. La dependienta, al coger los papeles de la impresora, ha leído algo. Es más alta que yo, de piel muy pálida, lleva la mano derecha dentro del bolsillo de la bata.

Mirándome a los ojos pregunta:

-¿Escritora?

-Sí, de terror.

Levanta las cejas, entre incrédula y condescendiente, vuelve la hoja que sujeta en la mano, y echa un segundo vistazo al texto, frunciendo la boca.

-Así no vas a dar miedo a nadie.

-Ah, ¿no?, ¿Qué hay que hacer para dar miedo?-le respondo, molesta por el aire de superioridad.

Sonríe un instante, breve como la llama de una cerilla en la tormenta. Oigo crepitar el papel cogido en su mano derecha, ahora a la vista, que no es una mano sino una especie de garra. Le miro a la cara y sus ojos son dos bolas blancas. Se eleva flotando detrás del mostrador mirando hacia el techo con su lengua larga y asquerosa apuntando hacia mí. Un hedor fétido llena la tienda. Pienso en huir, pero en ese momento oigo caer la persiana metálica de la puerta de la calle con un golpe inapelable. Una risa inhumana llena el local y caigo al suelo sin sentido presa del pánico.

-¿Un poco de agua?

Abro los ojos. Un hombre joven con un traje rojo me observa con cara de preocupación.

-¿Qué?

-Te has mareado cuando estabas en esta tienda y la dependienta ha avisado al SAMUR.

Entonces recuerdo el rostro de la mujer, su superioridad y su terrorífica transformación. Me incorporo en la silla en la que estoy sentada y la busco con la mirada.

-¿Dónde está?

-¿Quién?

-La dependienta.

-Soy yo -dice una joven de rostro dulce, vestida con una bata azul, similar a la que llevaba la mujer.

-No, tú no eres quien me ha atendido antes -digo poniéndome de pie y buscando con los ojos por los rincones.

-¿Te encuentras mejor ahora? -pregunta el hombre del traje rojo, veo que es médico en un parche que lleva cosido en el pecho.

-Sí, sí, me encuentro bien, es solo que… -en ese momento dudo de lo que creo que hasta hace un segundo estaba segura que había sucedido- ha sido una especie de pesadilla, pero estoy bien, me quiero ir.

Al abrir la puerta suena una campanilla. El aire de la tarde me reconforta y ahuyenta los fantasmas de mi cabeza. Cruzo la calle alejándome de aquel lugar. Antes de doblar la esquina me giro para echar un último vistazo. Y la veo, mirándome desde detrás de la cristalera con una sonrisa de hielo, a la dependienta. Me detengo sin dar crédito a mis ojos. Los fantasmas y el horror, que pensaba que habían sido producto de mi imaginación, regresan a mí en tromba. Una ráfaga de un viento frio recorre la calle. Las hojas de papel con el relato que he venido a imprimir caen de mi mano, no sabía que las llevaba, y se esparcen por el suelo. Me agacho y recojo un par de hojas. Están en blanco. Busco en los otros papeles, y en la última hoja flota una frase solitaria: “ahora sabrás lo que es el miedo”


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