METARCHIVOS


Trabajo en una oficina. Mi tarea consiste en operar con datos para que un ordenador genere una serie de metarchivos. Un compañero me pasa estos datos cada mañana y yo, a través del panel de una aplicación, opero con ellos, lo que permite que se produzcan los metarchivos que en cuanto están disponibles transfiero al área de informática la empresa. En el proceso de operación con los datos hago clic veintinueve veces con el botón izquierdo del ratón, catorce veces con el derecho en otras tantas ventanas y celdas, ejecuto diecisiete atajos de teclado para efectuar distintas operaciones antes de obtener el producto final. El proceso completo me lleva entre cuatro minutos y veintidós segundos y cuatro minutos y treinta y nueve, y es siempre el mismo, la primera vez que lo corro a las ocho y cinco de la mañana como la última cerca de las seis de la tarde. Ciento diez veces de promedio diario en los últimos tres años. Al principio pensaba que había sido afortunado de encontrar este trabajo. No me parecía complicado ni requería un gran esfuerzo mental. Pero después de tres años y medio repitiendo esta rutina una y otra vez cada día de la semana estoy empezando a pensar que, mediante algún proceso informático, se debería poder automatizar esta sencilla y tediosa tarea, y que esto, quizás, me permitiera dedicarme a otras cuestiones en las que desarrollar mi potencial. Hace un mes se lo comenté al jefe en la reunión quincenal de objetivos, cuando preguntó al final de la misma si alguien tenía algo que añadir. Me escuchó en silencio y me miró subiéndose las gafas como si le hubiera hablado de asesinar al mismísimo Papa. Hizo una mueca parecida a una sonrisa y me preguntó si no me gustaba mi trabajo, dijo con sorna que se alegraba de descubrir que había una cabeza pensante en la oficina, lo que produjo un murmullo de risas, y luego cambió de tema. Cada mañana Pérez me trae en mano el USB en el que están los datos que requiero para generar los metarchivos. Pérez es calvo y pálido, y por alguna razón no se muestra cómodo mientras yo copio los datos desde el diminuto dispositivo a mi ordenador. Cada mañana cuando se para frente a mí me cuesta oírle decir hola buenos días mientras extiende su mano con el USB. Unas lucecitas rojas parpadean en la parte superior del cacharrito mientras se copian los datos. Al terminar se lo devuelvo y Pérez desaparece. La semana pasada le pregunté que de dónde saca los datos que pone en el USB. Me miró sorprendido y se marchó sin contestar, más rápido aún que otros días. La comunicación en mi empresa no es muy fluida. Apenas hablamos entre nosotros y nadie sabe nada del resto. Cada uno tenemos una tarea que resulta opaca para los demás. Nadie lo dice, pero corre por la oficina la idea de que si alguien sabe cuál es tu labor eso te pone en una posición de debilidad. Cuando fumaba solía salir a la escalera de incendios después del café, algunos días también a media tarde, a echar un cigarro. A veces me encontraba allí con algún compañero. En esos casos intercambiábamos un breve saludo y de una manera tácita el que ya estaba allí daba un par de rápidas caladas al cigarro, aunque lo acabara de encender, y volvía a su trabajo, como espantado de que alguien pudiera vernos fumando juntos. La mañana siguiente, al darme el USB, Pérez me dijo, de corrido y después del saludo de todos los días, que los datos se los pasaba por correo electrónico un tal Hernández. «¿Qué Hernández?», le pregunté, pero se marchó sin aclarármelo. En la bandeja de entrada de mi correo electrónico se amontonaban cientos de correos que no abro. Una tarde que había un problema en la red me dediqué a buscar a Hernández. Me costó poco encontrarlo. Estaba, junto con otros trescientos y pico nombres, en la lista de distribución de correo general de toda la empresa, en un email de recursos humanos lamentando el repentino fallecimiento de un conserje que yo no había visto nunca. Busqué la ficha de Hernández, aparecía como especialista en bases de datos. Una mañana, después de irse Pérez, escribí a Hernández solicitándole que cambiara el formato de unos campos concretos en los datos que le pasaba a Pérez. No era más que una excusa para tratar de rastrear el origen de los dichosos datos. Dos semanas después recibí la respuesta. En ella Hernández me decía, en tono áspero, que los datos se los suministraba un servidor llamado SPSVR_LTS_01P, que él se limitaba a extraerlos y a transferirlos a Pérez, y que en lo sucesivo las sugerencias se las mandara a su jefe, la última frase en unas desagradables mayúsculas. Busqué en la intranet, localicé ese servidor en una indigerible lista. ¿A quién podría preguntar qué datos lo alimentaban? Recordé haber oído hablar de servidores a alguien en la escalera de incendios hacía tiempo, cuando fumaba. Al día siguiente salí a la escalera después del café. Una chica con reflejos morados en el pelo, y las uñas mordidas apuró su cigarro en cuanto me vio. «Hola, ¿trabajas tú en el área de servidores?», le pregunté a bocajarro, «Sí», contestó aplastando el cigarro en el cenicero, «¿Con todos?», «Solo con los que llevan LTS en el nombre», me explicó, «Te quería preguntar una cosa, si no te importa», miró hacia los lados sorprendida, le sonreí para tranquilizarla, «Puedes escribirme, mi correo es crispuntobarrosarrobayasabesloquesigue», contestó mientras entraba a la oficina. Al día siguiente escribí a Cris. Volví a salir los siguientes días a la escalera a distintas horas pero no la vi. Tampoco tenía idea de en qué planta trabajaba o si habría cogido la gonorrea. A las dos semanas me llegó la respuesta. Los datos que alimentan al servidor SPSVR_LTS_01P vienen en un metarchivo. Cris se había tomado la molestia de buscar quien era el responsable de su generación y adjuntaba la firma de producción personal del empleado. La firma me resultó familiar, muy familiar: era la mía, era mi firma personal de producción. Me quedé un rato en blanco, con la boca abierta. Resulta que todo era un maldito y estúpido bucle. Pedí a Cris que me lo confirmara y ella me contestó a los dos minutos asegurándome con rotundidad que así era. Los días siguientes los pasé sumido en la estupefacción. Mi producción cayó a la mitad. No podía creer que lo que hacía no sirviera para absolutamente nada y que yo siguiera allí repitiendo el estúpido proceso mecánico e inútil y calentando mi silla día tras día para nada. El jefe me llamó y me preguntó qué había pasado con el volumen de mi producción, si tenía algún problema. Balbuceé unas excusas, no podía hablarle de lo que había descubierto, me disculpé y le prometí que enseguida volvería a mi nivel habitual. La semana siguiente era la reunión quincenal de cumplimiento. El jefe entro en la sala de reuniones precedido por el Sr Prados, el gerente de área. El jefe despachó rápidamente los asuntos corrientes, mientras el gerente bostezaba y miraba el reloj, hasta que le cedió la palabra. El gerente se dirigió al jefe con estudiado afecto y voz paternal. Todos nos extrañamos cuando le escuchamos alabar con grandes elogios su labor en los cuatro años que llevaba al frente de la planta. Luego hizo un silencio teatral mirando al suelo y le deseó toda la suerte en su carrera que, lamentaba decir, debía discurrir fuera de la empresa. Le había despedido. El jefe abandonó la sala de reuniones cabizbajo en medio de nuestro desconcertado aplauso. A continuación el gerente sacó un papel del bolsillo, leyó algo que había escrito en él, se quitó las gafas y mirando a la audiencia preguntó que quién era Canales, Justo. Me quedé helado. Enseguida supe que sería el siguiente en ser despedido. Justo Canales soy yo. Me acerqué a él desde el fondo de la sala, moviéndome despacio entre los compañeros que me miraban con rostro serio y expectante. Cuando llegué al lado del gerente este me dio la mano con una sonrisa de oreja a oreja, y, achinando los ojos, anunció en voz alta: «Señores, señoras, compañeros, tengo el placer de anunciar el nombre de nuestro nuevo jefe de planta: el señor Justo Canales»

Comentarios

  1. Qué buen relato!!! Me atrapa de principio a fin. Es minucioso, completo, inquietante, lógico, detallado, redondo… Un 👍🏻 enorme!!!

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  2. Soy Isabel Cánovas. Aviso por si aparezco como Anónima. Me ha gustado el relato. Atrapa y te deja toa loca con su final. Confieso no tener ni idea de datos ni metadatos, por lo que mi carencia hace que me pierda algo de la gracia del relato :-(

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  3. Es muy bueno. Independientemente si conoces del tema informático.
    Hace que sigas leyendo y persigas lo mismo que el protagonista.
    Está lleno de mensajes con ironía que me encantan y el final tiene lo suyo.
    Grande, señor escritor 👏👏👏💜
    Maite Bilbao

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  4. Soy Presen Rodríguez, no entiendo nada de informática, pero si de comprender, que he leído un relato buenísimo, seguramente de un gran escritor, tienes toda mi admiración. Felicidades.

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  5. Muy buen relato. Me ha encantado el final. Ser el único capaz de descubrir el.bucle ha sido recompensado

    Mariángeles Prat

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  6. No conocía tu blog y he de decirte que el relato es sensacional y escribes de manera diferente y con un talento especial …. Por si mi nombre no sale, soy Carlos del Río

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