MI MANO

Grande, nervuda, ancha, mano de albañil o de agricultor, con sus tendones, sus huesos, llena de articulaciones, prodigioso mecano biológico en el extremo del brazo. Mi mano, poseedora de inteligencia propia, recorre con minuciosidad el papel, hace discurrir la punta de este boli por la blanca superficie, no sé si dejando un rastro de tinta o descubriendo con sus pequeños movimientos lo que se esconde bajo la pátina. Tormentas, hechizos, mapas, dolores, latidos, miedos, amores, obsesiones, historias, principios, razonamientos, princesas, pasiones, besos, conflictos, olvidos, guerras. Mi mano, animada por un extraño nerviosismo, con sincopado temblor, como una metralleta ta ta ta ta, cambiando de dirección cada pocos milímetros, trenzando y destrenzando letras, significados y significantes, completando líneas, llenando páginas. La miro desde mi púlpito. Me pregunto cómo llegan las palabras hasta ella desde la cabeza, ignoro el proceso, qué camino toman. A lo mejor viajan en el flujo sanguíneo por la vena cava hasta el corazón, allí este les insufla de vida, para después, por otras venas o arterias, llegar a la punta de mis dedos, donde se derraman sobre el papel. Contemplo el proceso como el que contempla un cuadro con apatía, desconocedor del oficio pictórico, de los colores fríos y cálidos, de las horas de caballete, de la regla de los dos tercios. Escribe, retrocede, la veo repasar el trazo equivocado de una letra, poner un acento olvidado, el palito a una t. Se para pensativa en medio de una frase, la veo decidir qué rumbo va a tomar, como desarrollarla, si pone o quita esa coma, moviendo el bolígrafo con habilidad, haciéndolo girar como un molinillo. Me pregunto cómo habrá aprendido a hacerlo, a lo mejor por la noche ensaya los movimientos cuando duermo. Coge el boli con fuerza, siento el dolor que la presión produce en la punta de mis dedos, pero no me atrevo a contradecir su determinación. Decenas de palabras estallan en mi cabeza, aparecen, se me revelan, como pompas de jabón, una detrás de otra, encadenadas. En una nebulosa de límites imprecisos bulle una aprensión, un estremecimiento, que de repente se precipita en una lluvia de palabras, y ella, mi mano derecha, inicia su enfebrecido baile y las transcribe con su letra apretada y picuda en filas de pequeñas garrapatas azules.

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