SER UNO MISMO



Me encontraba en una encrucijada, o en más de una, no sé: en el trabajo me habían propuesto un cambio que no me olía bien; el futuro con Elisa tampoco estaba claro, no hacíamos más que discutir por nimiedades; no sabía si matricularme de alguna asignatura de económicas y acabar la carrera de una puta vez; estaba mosca con mis hermanos por un asunto de unas propiedades en el pueblo; no me quitaba el culo de zapatero ni con acupuntura ni régimen ni gimnasio ni leches; y para colmo me estaban saliendo unos granos en la cara que parecía un puto adolescente. Era uno de esos momentos vitales que todo se te viene encima y que lo único que quieres es echar a correr y no mirar atrás.

Llamé a Iker, mi amigo del barrio de toda la vida, de pequeños éramos inseparables. Aunque últimamente solo nos veíamos una o dos veces al año teníamos una conexión que no se desvanecía por mucho tiempo que pasara. Iker era especial: había terminado la carrera hacía dos años, trabajaba en una multinacional alemana, su novia, Sofía, era una tía fantástica, guapa, simpática…, todo el mundo le quería, se acordaba de los cumpleaños, siempre iba vestido impecablemente, llevaba un BMW azul precioso, hasta Pepe, su perro, era una pasada. Quedamos en el bar del barrio. Apareció cinco minutos tarde con el flequillo despeinado y su amplia sonrisa comentando que si me había enterado de no sé qué del partido de ayer, como si nos hubiéramos visto hacía un rato, llevaba el buen rollo a donde fuera. Después de romper el hielo con un par de obviedades se puso serio, me miró y me preguntó:

-Bueno, y a ti qué coño te pasa -con ese tono que suena a preocupación genuina, que da pie a largar.

Y empecé a contarle mi estomagante película, atropellándome, mezclando cosas, desahogándome, por momentos escuchándome a mí mismo porque era la primera vez que me sacaba de dentro todo aquello, sorprendiéndome a veces. Iker escuchaba dando sorbos a su gin tonic. Me preguntaba por algún detalle, ordenaba mis ideas, me dejaba hablar, mirando el torrente de sucios espumarajos que salía de mi boca. Al cabo de dos o tres gin tonics me callé y me quedé mirando al fondo del vaso, absorto y agotado, jugando con el cadáver de la rodaja de limón. Me miró con cara de preocupación.

-Joder, me tenías que haber llamado antes, tío, se te acumula la faena.

-Estoy sobrepasado -contesté.

-Pues tío, yo creo que tienes que resolver todas tus movidas siendo tú mismo, ¿no?

Seguimos hablando un rato, mientras su consejo, o respuesta, o resolución del acertijo, no sé, flotaba en mi cabeza medio embotada por los gin tonics sin terminar de resolverse, como una de esas bolsas blancas que flota en la playa en la que no sabes si hay billetes de cincuenta o un pañal lleno de mierda de niño: que fuera yo mismo. Al final nos despedimos con un abrazo y palmadas en la espalda. Quedamos en llamarnos, que tuviera paciencia, que poco a poco, primero una cosa y luego otra… y que no me olvidara de ser yo mismo, siempre. Eso se me quedó atascado en las entendederas. Al llegar a casa, después de mear largamente los gin tonics y de lavarme la cara, me miré en el espejo del baño.

-Tengo que ser yo mismo -le dije al tipo de la cara llena de granos.

-¿Y eso cómo es? -me contestó.

-No sé, dímelo tú.

Nos quedamos los dos un rato callados, mirándonos a los ojos. El vecino de arriba tiró de la cadena. Una ambulancia pasó por la calle con la sirena a toda leche.

-Es que… en realidad -empecé a decir, sin pensar-, ser yo mismo… -otro silencio, me sorbí los mocos, seguí mirando al del espejo- yo lo que quiero es ser como Iker.

-Vamos mal.

-Ya.

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