FANTASMAS


Javier entró en el bar de debajo de su casa a tomar un café. Se sentó en la barra y a su lado hicieron lo mismo unos seres borrosos que traía pegados a su espalda. En el trabajo, el ascenso a supervisor se lo habían dado a Alejandro Vinuesa, en vez de a él, corrían rumores de cierre el año próximo, su hermana le echaba en cara sin decirlo, pero con un silencio que le agobiaba, la muerte de su madre por no haberla llevado al hospital aquella tarde que no dejaba de toser con una tosecilla fea, el día de antes había recibido carta de otra editorial rechazando la publicación de su cuarta novela.

Por la puerta del bar entró un tipo alto, joven, de buen aspecto, con un barril de cerveza al hombro y otro colgando del brazo. El camarero le saludó, colocó los barriles detrás de la barra, mantuvieron unos momentos de animada conversación mientras intercambiaban los albaranes y el chico se marchó diciendo, con un vozarrón que inundó el local,  que tenía prisa por llegar al siguiente pueblo, porque llevaba la cerveza para las fiestas que empezaban esa semana. El ánimo del chico, y escuchar las palabras cerveza y fiesta, hicieron olvidar a Javier por un momento los fantasmas que se empeñaban en hacer de su vida un cenagal.

Abel sacó el coche del garaje. Era lunes, y estaba contento, había pasado un fantástico fin de semana en la playa con Ángela, el agujero negro tras la huida de Elena con Fabián, su mejor amigo, estaba definitivamente enterrado y olvidado, hacía cinco meses que había empezado a trabajar en el departamento de contabilidad de Construcciones Almirante y cada día tenía más confianza sobre el periodo de prueba, en unos días empezarían las fiestas del pueblo y su equipo había ganado el partido del domingo.

Salió del pueblo en dirección a la ciudad, la mañana era fresca y luminosa, el motor rugía alegre bajo el capó, aceleró en la larga recta que había tras las últimas casas, se internó en el bosquecillo que había a continuación. Cuando ya veía los árboles por el retrovisor, en una curva rápida a derechas, el coche se fue de atrás y se cruzó en la carretera invadiendo la mitad del carril contrario, Abel pensó fugazmente en las placas de hielo mientras trataba de recuperar el control, de frente venía un camión lleno de barriles de cerveza. El conductor intentó esquivar al coche con un volantazo, el pesado vehículo salió al arcén con un estrépito de barriles que chocaban entre sí, pero iba demasiado deprisa, no pudo detenerse y siguió recto saliéndose de la carretera y precipitándose al barranco.

Abel se paró en cuanto pudo, salió del coche dejando la puerta abierta, corrió hacia la curva, pero solo pudo llegar a ver al camión rodar y dar tumbos pendiente abajo. Era de su marca de cerveza favorita.

Foto de Sabine en Pixabay


Comentarios

  1. Uy mijito, cada día tu pluma se va volviendo más mágica. En este cuento, hay como un reflejo de King. Me gustó. Aplausos.

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  2. Efectivamente, dos historias con un denominador común. Bien escrito.

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