SEGUIR EL HILO
Ya me estaba empezando a cansar de mirar la pantalla en blanco del ordenador, fantaseando con la idea de ser abducido por el rectángulo de luz y tal vez teletransportado a la nave nodriza de unos siniestros extraterrestres que, incomprensiblemente, estarían interesados en mi cuerpo, cuando en la esquina inferior derecha de la pantalla vi algo. En un primer momento pensé que era una pelusilla de esas que se quedan pegadas por la electricidad estática. Intenté quitarlo con el dedo, pero no, lo intenté otra vez y tampoco. Al pasar el dedo notaba algo con consistencia sólida. Rasqué con la uña, y descubrí que era el cabo de un hilito. Con dificultad pude atraparlo con dos dedos. Tiré de él para quitarlo pero de dentro de la pantalla salió como un centímetro de hilo, un hilo oscuro y fuerte. Me alcé un poco para tener un mejor ángulo y tiré más, y salió más. Cuando llevaba medio metro se atascó, al tirar ya no salía más hilo, solo conseguía levantar la pantalla. Miré por detrás, sorprendentemente el hilo salía por el otro lado, seguía encima de la mesa, pasaba por el lado pegado a la pared y bajaba hasta el suelo. El hilo tenía tensión, como si algo halara de él desde el otro lado. Me levanté de la silla, me eché al suelo y lo seguí. Corría pegado a la pared, por debajo de los muebles, atravesaba la medianera con la habitación y asomaba de nuevo en el pasillo. Por momentos tiraba de él, intentando atraerlo hacia mí. A veces conseguía sacar unos centímetros pero luego volvía a tensarse. Siguiéndolo llegué al salón, el hilo lo cruzaba por debajo de la alfombra y luego del sofá, llegaba a la lámpara de pie de la esquina y de ahí a la puerta que da al pasillo. Lo seguí intrigado con la nariz pegada al suelo como un sabueso. Tobi, mi perro, me miró un momento desde su cama, luego se dio la vuelta y siguió durmiendo. Pensé en llamar a mi mujer y contárselo, pero a esa hora estaría en una reunión. Siguiéndolo salí al recibidor. El hilo discurría por detrás del mueble, rodeaba la pieza, llegaba a la puerta de la casa y se perdía por su lado derecho, debajo de la grueso gozne de latón. Miré por la mirilla, no había nadie en el descansillo, abrí la puerta y encendí la luz. Me dolían las rodillas, pero tenía que resolver aquello, no podía dejarlo así, cortar y olvidarme del tema no era opción. El hilo atravesaba todo el descansillo, llegaba a la escalera, allí subía en dirección al piso superior y en la ventana del descansillo del tercero salía a la calle. Abrí la ventana y lo vi volar haciendo una suave comba hasta el bloque de al lado, un bloque idéntico al mío, a escasos diez metros de distancia. Bajé a toda prisa a la calle, miré a los lados, no quería que nadie me viera. Fui al portal de al lado. La puerta estaba abierta, me colé clandestinamente en su acogedora penumbra. Con la luz apagada subí de dos en dos los escalones de la escalera, sin hacer ruido, hasta el tercero. Localicé la ventana del descansillo y allí estaba el hilo, inconmovible. Lo seguí escaleras arriba, pegado al suelo. Continuaba por los rincones, pasaba bajo varios felpudos, hasta que vi como entraba por debajo de la puerta del cuarto D. Me quedé allí plantado, mirando como se perdía dentro de aquella casa, pensando si tocaba y me hacía pasar por vendedor de cualquier cosa para seguir fisgando o abandonaba, cuando en la puerta del cuarto D se escuchó un clic. Tuve algo parecido a una repentina parálisis. La puerta se abrió despacio y al otro lado apareció un tipo de rodillas en el suelo con un brazo estirado hasta la manilla, las cejas fruncidas y los ojos muy abiertos, despeinado, sosteniendo el hilo con la otra mano, con la pregunta de a donde iba el hilo pintada en la cara. Me miró, le miré. Nos pusimos los dos de pie casi al unísono. Me di unos manotazos en las rodillas para sacudirme el polvo, él se atusó un poco el pelo. Carraspeamos, como si hubiéramos sido sorprendidos haciendo algo inadecuado. Murmuramos un buenos días. Yo me di la vuelta y me dirigí a la escalera. Él volvió a su casa.
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