OBSESIÓN

OBSESIÓN
Umberta Jurado conoció a Lucio en su primer trabajo, nada más cumplir los veinte. Cuando empezaron a salir no sabía de su afición por Laura Pausini, se enteró cuando fue a la casa de sus padres y vio el cuarto de soltero lleno de posters y discos de la cantante. Un año más tarde una viuda brasileña con plantaciones de no sé qué por allá se cruzó con el chico. Lucio desclavó los posters, guardó los discos en una caja, agarró su tabla de windsurf y #sitehevistonomeacuerdo. Cuando se le pasó el berrinche, una tarde haciendo spinning en el gimnasio, Umberta se fijó en uno que llevaba una camiseta de Laura Pausini que le recordó a Lucio. Él se dio cuenta y le preguntó si le gustaba. Empezaron a hablar. Se llamaba Ambrosio. A los seis meses se fueron a vivir juntos. A Umberta no le importó que solo pusiera música de la Pausini, ni los posters en las paredes, aunque lo de los calzoncillos con la foto de ella se le hacía cuesta arriba. Un día se fue a por tabaco y no regresó. Umberta se juró que nunca más saldría con nadie. Cuando llevaba un año yendo todos los sábados al cine a la sesión de las siete con su amiga Karina le dio por pensar si no sería por lo de Laura Pausini por lo que no le duraban los chicos. Al poco tiempo el repartidor de amazon llamó a la puerta. Se quedó tan impresionada cuando vio al muchacho al abrir que sin mediar más provocación le preguntó a bocajarro si le gustaba Laura Pausini. Adrián, el repartidor, sorprendido, pero con esa voz y ese empaque, le recitó todos los discos de Laura desde que ganó el Festival de San Remo en el 93. La respuesta fue un puñal en el corazón de Umberta, pero, aun así, se lo quedó para que la siguiera mirando de ese modo hasta que le diera la gana. Al mes siguiente su furgoneta de amazon se despeñó por un barranco con él dentro, un día que llovía como si el mundo se fuera a acabar. Umberta se encerró en casa con el firme propósito de borrar a los hombres y a Laura Pausini de su cabeza. Dos años más tarde, cansada de parecerse cada día más en el espejo a su tía Visitación, que murió virgen a los noventa y ocho, dejó que su amiga la convenciera para salir a dar una vuelta. Empezaron a ir a conciertos que no tuvieran nada que ver con Laura Pausini ni que se la recordaran ni de lejos, rezando para ver si se había acabado la mala racha y conocía un maromo que fuera fan de Gun´s and Roses o de Mecano o de Perlita de Huelva, daba igual. Una noche estaban en un concierto bastante cutre del grupo punk de un novio bajista que se había echado la amiga la semana anterior. A la hora, Umberta, que llevaba unas medias verdes con agujeros que había rescatado de la bolsa de la ropa para tirar, y el quinto botellín de cerveza en la mano se preguntaba qué narices pintaba allí. Le entraron ganas de mear y entró en el wáter. Un tipo que se parecía a Ewan McGregor en Trainspotting pero con cresta amarilla salía abrochándose la bragueta. Umberta le miró y murmuró algo de Laura Pausini. Él le preguntó si le hablaba a él, ella no dijo nada y siguió para adentro. Al salir el de los pelos amarillos la estaba esperando. Umberta le preguntó si le gustaba Laura Pausini. ¿Que si me gusta quién?, contestó. Tres botellines y unas bravas más tarde estaban revolcándose en el sofá de su casa. Al despertarse por la mañana, lo primero que Umberta vio fue un tatuaje de Laura en el hombro derecho del tipo. Se levantó de un salto como un gato y le gritó que por qué le había dicho que no sabía quien era Laura Pausini y llevaba un tatuaje suyo. Umberta se fue dando un portazo sin creerse el cuento de que se lo habían hecho unos colegas un día que estaban muy pedos. Pasaron años y más años. Un día, Umberta pasaba de los cuarenta y cada vez pensaba más en su difunta tía Visi, conoció en un chat de internet a alguien con el nick 𝘊𝘢𝘻𝘢𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘴. Al principio chateaban de vez en cuando cuando se encontraban, pero pronto empezaron a buscarse todas las noches. 𝘊𝘢𝘻𝘢𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘴 tenía un humor fino, era sensible, le gustaba la fotografía de pájaros y el sashimi de Mercadona, y le contaba cosas interesantes. A Umberta le hacía gracia. Cada noche tenía que aguantarse las ganas de preguntarle si le gustaba Laura Pausini. Hasta que un noche él le contó que era sordo de nacimiento, que si eso era un problema para ella. Umberta contestó al segundo que no, que más bien era una bendición. 𝘊𝘢𝘻𝘢𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘴 no supo si molestarse, pero no insistió.
Foto rodrigo-rodrigues-wolf, unsplash
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