ANA ELISA
No sé por qué aquella tarde dudé entre un cruasán con café con leche y un pincho de tortilla. A lo mejor porque había comido poco a mediodía, no sé. La cosa es que me quedé delante de la camarera, mirándola y dudando, sin terminar de decidirme. Fue ella la que se me adelantó. Como movida por un resorte, me escupió a la cara: —Que sepas que tengo novio, eh, no te vayas a creer. El bar Mérida estaba a tres o cuatro calles de la oficina, y era la segunda semana que iba a picar algo antes de entrar a las clases de la uni después del trabajo. El mes anterior me había matriculado en el curso que me quedaba de la carrera, en un intento de tener alguna chance de cambiar de departamento en la empresa. —Cruasán y café con leche, ¿no? —sentenció categórica a pesar del remate solicitando confirmación. No quise replicar. Se dio la vuelta y empezó a trastear en la cafetera, haciendo ruido...