VERDE ESMERALDA
—Ya he encontrado los zapatos para la boda. La frase de Julia se queda flotando unos segundos en mi cabeza, pero enseguida se difumina como el humo de un Ducados y es reemplazada por el rostro de Carlota Baeza. Nos habíamos enrollado hacía unos meses. Prácticamente desde el primer día nos comportamos como adolescentes en celo: nos magreábamos en cualquier rincón de la oficina cuando nadie nos veía, en el cuarto de las fotocopiadoras o bajábamos al garaje a devorarnos en el asiento de atrás del coche en horas de trabajo. Un día casi nos pilla don Rafael en la azotea. Pero fue en la convención de vendedores de artículos de tocador industriales, en Castellón, cuando se lio todo. La perspectiva del fin de semana en la cama con ella me estaba volviendo loco desde Navidades. Encontré en Booking un hotel apartado en un pueblo a treinta kilómetros. La convención era un paripé, con hacer acto de presencia un par de ratos para dejarnos ver y recoger muestras valía, el resto del ti