Entradas

VERDE ESMERALDA

Imagen
—Ya he encontrado los zapatos para la boda.      La frase de Julia se queda flotando unos segundos en mi cabeza, pero enseguida se difumina como el humo de un Ducados y es reemplazada por el rostro de Carlota Baeza.      Nos habíamos enrollado hacía unos meses. Prácticamente desde el primer día nos comportamos como adolescentes en celo: nos magreábamos en cualquier rincón de la oficina cuando nadie nos veía, en el cuarto de las fotocopiadoras o bajábamos al garaje a devorarnos en el asiento de atrás del coche en      horas de trabajo. Un día casi nos pilla don Rafael en la azotea. Pero fue en la convención de vendedores de artículos de tocador industriales, en Castellón, cuando se lio todo. La perspectiva del fin de semana en la cama con ella me estaba volviendo loco desde Navidades. Encontré en Booking un hotel apartado en un pueblo a treinta kilómetros. La convención era un paripé, con hacer acto de presencia un par de ratos para dejarnos ver y recoger muestras valía, el resto del ti

MARGARITA MUELLES

Imagen
          Por fin, hoy es el día. He lavado al perro, me he puesto el vestido nuevo, colorete, la raya en el ojo y he bajado a la calle. Estoy nerviosa, es la primera vez que siento este cosquilleo desde que me separé de Ramón, no quiero decir que cuando estaba con él…, bueno, ese es otro asunto. Aún es un poco pronto. Suele bajar sobre las ocho y media. Vaya, no he quitado el plastiquito de la etiqueta de la correa nueva que compré el otro día. No ha sido fácil encontrarlo. Todas las perreras estaban a tomar por saco y no había más que chuchos feos o enfermos. Este lo encontré la semana pasada en un pueblo a cien kilómetros, no está mal, creo que da el pego. La verdad es que nunca me han gustado los perros, pero a él le sienta tan bien el suyo. Se les ve a los dos super guapos, estilosos al caminar y hasta contentos paseando por el barrio todas las tardes. Lo lleva siempre super limpio y aseado, se debe de gastar un dinero. Me voy a sentar en este banco. Espero que cuando venga no se

EL MICROONDAS

Imagen
                                   Hace un año que la mujer de mi compañero de trabajo Fede se fue de casa, después de ocho años juntos. Los chismosos de la oficina dijeron que había sido por el profesor de spinning, quién sabe. Ella era de los que no usan el microondas por miedo a las radiaciones. Fede nunca había tenido problemas con el electrodoméstico para calentar el café, o descongelar los filetes de la cena, pero también dejó de usarlo, y el microondas quedó olvidado en un rincón de la encimera como un coche mal aparcado. ¿Cosas del amor? Un día a Fede se le ocurrió meter un bote de comida en conserva en el microondas. A los pocos días, otro. Hasta que se convirtió en lugar de almacenaje, como dicen los catálogos de Ikea. Aunque ya no vive con ella, Fede sigue sin usar el microondas: la costumbre, dice, levantando los hombros. A veces lleva un ligue a pasar la noche con él. Me lo suele contar enseguida cuando salimos a fumar un cigarro, medio en broma y guiñándome un ojo. Un día

UNA TARDE QUE A LO MEJOR LLOVÍA

Imagen
Cogí un papel, y había un bolígrafo cerca. Coincidió que yo estaba allí, solo, y un poco aburrido, aún faltaba una hora para algo que tenía que hacer, no recuerdo qué. Cogí el boli, era de esos que pulsas en la parte superior y sale la punta de la mina, que al deslizarla por el papel deja una raya normalmente azul, a veces negra. Pinté un monigote, pero siempre he sido muy malo con el dibujo, el maestro me daba capones cuando era pequeño de lo mal que dibujaba. Y entonces escribí algo, una frase tonta, de esas que no dicen casi nada, algo cotidiano e insustancial, algo obvio que todo el mundo puede comentar u opinar, sin saber por qué ni para qué. Y sucedió. De esa frase empezaron a brotar dos o tres extrañas ramificaciones. Al principio despacio, con poca convicción, y al final de una de ellas, la más recia, por así decir, vi como se formaba otra frase. No era nada a tomar en consideración ni de lo que sentirse orgulloso, nada que poner en piedra, como se dice ahora, pero esa ramifica

LA ALARMA

Imagen
-Buenos días, soy de la compañía de alarmas de seguridad, le llamo por el interés que nos manifestó usted el mes pasado en instalar en su hogar una alarma anti intrusión… -Aún no me he decidido. Vivo sola, y oí en el barrio que habían entrado ladrones en un par de casas y por eso les llamé para que me dieran presupuesto para la alarma. Pero esa misma noche... pasó algo. Estaba durmiendo en mi cama, serían las tres de la mañana, cuando un ruido me despertó. No fue un ruido fuerte. Medio adormilada, dudé si había sido realmente un ruido o si solo lo había oído dentro de mi cabeza. Cuando estaba cerrando de nuevo los ojos volví a escucharlo. Era como si alguien estuviera abriendo las puertas de la vitrina o los cajones en el salón. Me asusté. Cogí el móvil de la mesilla para llamar a la policía, pero estaba sin batería. Decidí quedarme quieta en la cama hasta que quienquiera que hubiera entrado en mi salón se marchara. Los ruidos seguían, cada vez sonaban más fuertes y más cercanos. No pu

UN POBRE A LA MESA

Imagen
Sentar un pobre a la mesa en Navidad es una idea que cada año, en estas fechas, reaparece en mi cabeza igual que llegan a casa puntuales el turrón, los polvorones y el belén. Es una de esas ocurrencias, iniciativas o como quieras llamarle que oímos por ahí, que vemos en las películas, y que, aunque no conozcamos a nadie que lo practique, me lleva a preguntarme si yo lo haría, si estaría dispuesto a bajar a la calle y decirle a un pobre que se viniera a cenar a casa con mi familia. De entrada me entran dudas, no sé cómo lo verán los demás, si pensarán que soy un esnob. Pero la vida pasa, pasan los años y las circunstancias mudan. Cierto es que con la edad uno ya no está tan pendiente de qué pensarán los demás y trata de hacer las cosas por sí mismo, dejar de lado el qué dirán, olvidarse de las modas, hasta que puede que se lo plantee seriamente. Un día te ves en la tesitura. Hoy va a ser ese día. Estoy nervioso, me corroe una emoción rara. Pensé que esto sería de otra manera. Ojalá que

UNA HISTORIA VALLECANA

Imagen
  De pequeño vivía en Vallecas, un barrio de Madrid. Allí tenía un amigo, Juanín, en realidad Juan José, pero todos le conocíamos como Juanín. Era un crio pequeñajo, con gafas de montura metálica y cristales con rayajos, vivaracho, medio rubio, que siempre estaba sonriendo. Juanín vivía dos o tres portales más abajo que yo, en el último bloque de pisos antes de que empezara una cuesta abajo, larga y pronunciada, que señalaba el fin de los bloques de pisos, acaso de la civilización. Más allá de la cuesta había una extensa área de casas bajas y encaladas, separadas por calles de tierra con fuentes donde la gente llenaba garrafas de agua para beber y asearse, solares donde las mujeres tendían la ropa y por donde vagabundeaban perros sin dueño. Por mitad de las casas bajas cruzaba la vía del tren que por un lado iba a la estación de Atocha y por el otro se perdía hacia el sur. Muchas tardes iba a buscar a Juanín a su casa o él venía a buscarme a mí. Su madre era una señora bajita y compact